viernes, 16 de abril de 2010 | By: Compañero de Milicia

El Atentado



El miércoles pasado sentí que fui víctima de un daño en contra de mi imagen y para contrarrestar aquel impávido acto decidí poner fin a aquella tradición en la que estuve inmerso por más de media docena de años.

Salía del instituto, como de costumbre un poco más temprano que los otros días, por que al salaz y regordete de mi profesor no le gusta hacer mucha clase que digamos. Era una calida tarde, los rayos del sol aun bañaban las calles y una ligera brisa corría acariciándome la piel. El escenario era el perfecto para llevar a cabo mis planes: iría a un salón de corte de cabello, luego pasaría a comprar algunos artículos y comestibles para la fiesta de cumpleaños de un amigo, y acabaría en la casa de Yhonni J. para alistar todo lo de aquella salpresa. Así que tome un atajo para llegar lo más rápido posible al lugar donde más adelante mi cabello sufriría un atentado. En el camino algunos sinuosos pensamientos divagaron por mi mente, pero no por mucho rato, ya que el trayecto resulto corto, el camino inusitado por el que había decidido ir a fin de ganarle tiempo al tiempo, resulto ser un verdadero atajo; sin darme cuanta me encontraba frente a aquel recinto. Entre simulando el mayor garbo posible, la señora se levanto de su asiento con un signo de interrogación dibujado en su rostro, le di un frió saludo acompañado de un ademán que le hacia sabe que venia a cortarme la cabellera [por cierto, ella me conocía casi a la perfección]. Me indico el lugar donde sentarme, tal vez pensó que me iba a sentar en ese ridículo caballito de antaño, aunque al mirarlo no pude evitar recordar las tardes en que sentado sobre él la peluquera aguzaba sus tijeras. Después de colocarme el sudario, la señora hizo gala de una pequeña maquinita con la que realizaría su oficio, no sin antes preguntarme - ¿Qué corte te hago, el de siempre? – no, esta vez solo córteme un poco a los costados, quiero cambiar de look- aaa, ya como digas. I comenzó la arremetida, fije los ojos en el espejo para observar como iba quedando mi nuevo corte, aunque por instantes bajaba la mirada para no cohibir con ella. De pronto cambio la maquinita por unas tijeras que facilitaban el trabajo por algunas zonas delicadas [siempre he temido que me vuelen las orejas], sin embargo también las encaramo hasta la coronilla, donde empezó a dar tijeretazos pródigamente. Yo me quede un poco inquieto ante tales maniobras, pero sin expresar reclamo alguno por que pensé que todo esta bajo su control. Eso hasta que vi como volaban por doquier mechones de pelo. Si; sin percatarme la señora me había a echado a perder MI corte. En ese momento sentí como el enojo corría por mi sangre, estuve a punto de no pagarle, pero no quise ser descortés con la señora a la que por largos años había recurrido, aunque eso sí, en mi mente estaba sepultándola viva, y me repetía: hayy!!, ¡pero ya vera como nunca mas pongo un pie en su sucio salón!. Para terminar de relatar lo acaecido esa tarde, diré que estaba tan enojado que tenia hasta ganas de llorar, y las compras, pues, ¡las mande bien lejos! También tengo que confesar que me costo aceptar la realidad… ¡mi cabello estaba hecho un desastre!, y aunque perdone a la peluquera, jamás; jamás volveré a ir a su centro de oficio.



Hay veces como estas en las que sientes que [como algunos dicen]“te sales de tus casillas”. El enojo pondera sobre tu templanza, te pasan cosas pequeñas, casi sin importancia, pero tú albergas la más temible ira. La mansedumbre se te escapa de las manos y sale a flote tu más incompasible reproche. Todo tu buen testimonio se va por la borda y en lugar te ganas la reputación de OGRO. “El que fácilmente se enoja hará locuras...” [proverbios14.17], esto si que tiene mucho de cierto, cuando estamos enojados somos capases de hacer cualquier cosa, lo malo es que después de eso nuestras locuras traen sus consecuencias. Debemos evitar el enojarnos y si por A o B lo hacemos, pues, no debemos demorar mucho en quitarlo de nosotros. Como dice [Efesios 4.26] “4:26 Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo”. A veces es tan difícil perdonar a las demás personas; a propósito, la próxima semana creo que publicare algo sobre el perdón, una palabra que tan escasa se ha vuelto [sobre todo de corazón]; pero debemos hacerlo. Alejemos de nosotros los enojos sin motivos, y si lo tienen también alejémoslo… ¡es mejor! No debemos albergar este sentimiento tan malo en nuestro interior. Una sonrisa ante las maledicencias es mejor. Hagamos caso omiso de los que quieren hacernos daño y no dejemos lugar para el enojo en nuestro corazón… expulsémoslo de nosotros “Quita, pues, de tu corazón el enojo, y aparta de tu carne el mal…” [Eclesiastés 11.12]