El domingo pasado, como la gran mayoría se entero, fue el día del padre, yo no me acorde sino hasta ver a algunos padres merodear por el templo de la iglesia esperando a que algún feligrés con buen talante, le de caluroso abrazo y algunas palabras de homenaje, y como yo no quería hacer el papel de la oveja negra de la familia espiritual, pues, también me aventure a felicitar a los dichosos papás. Un culto suntuoso por ese día especial y las horas transcurrieron sin mayores incidentes, todo era un efluvio de felicidad, pero como siempre tienen que existir los fatales “sin embargo”, y esta no iba a se la excepción, tendré que añadir algunas desventuras causadas por mi apatía y desobediencia a mi FAMILIA.
A lo largo de mi vida se ha formado, talvez de manera involuntaria, la costumbre de mi parte de echar a perder las celebraciones familiares como: la cena de navidad y fin de año, mañanas de playa, viajes, día de la madre, día del padre, del abuelo, del niño, del perro [hasta la mas insignificante celebración] y también los cumpleaños [estos eran mis favoritos, algún tiempo me volví escéptico] creo en la posibilidad que eso forme parte de mi idiosincrasia, pero como todo índole se puede corregir [bueno, casi todos] me propuse una forma de corregirme [que emocionante ¿no?], ya que en esta ocasión no me gusto para nada las típicas caras largas de mi hermanas y las miradas asesinas que me lanzaban por doquier, pero sobre todo no me gusto que me llamen DESOBEDIENTE, eso si que me dolió, te imaginas si algún niño de mi clase viera mi mala actitud, ¿que poder tendría para seguir enseñándole acerca de la obediencia? de seguro que ninguno. Todo el conocimiento bíblico que uno tiene no sirve de nada si no se pone en practica, la sabiduría tiene que hacerse parte de uno en todos los momentos.
La obediencia es algo muy importante en nuestra vida cristiana,